Enrique tiene 36 años y un problema: es nomofóbico. Siente un miedo extraño (pánico, incluso) cuando se olvida el móvil, no tiene cobertura o se queda sin batería.
Enrique, de hecho, perdió un trabajo como biólogo por llegar tarde a la entrevista. De camino se dio cuenta de que no llevaba con él el teléfono. No dudó en dar vuelta con el coche y recorrer 64 kilómetros hasta su casa para recogerlo. Por igual motivo se quedó en tierra en un aeropuerto, faltó al bautizo del hijo de un amigo, y no llegó a tiempo a un juicio al que debía ir como testigo.
Cuatro meses de terapia con un psicólogo y aún le cuesta prescindir durante unas horas al día de su BlackBerry. Es parte del tratamiento. Pero Enrique no es un enganchado al uso, no siente la necesidad de hablar compulsivamente por el móvil. Lo que experimenta es pánico si no lo lleva encima.
Es lo que diferencia a la nomofobia, un trastorno emergente cuyo origen va asociado a un uso descontrolado de nuevas tecnologías. Este rompe en palpitaciones, sudores, ansiedad y en una falta de concentración que termina desquiciando a quienes la sufren. Como a Luz María, ejecutiva de 30 años, también en terapia, que se sentía incapaz de ir al baño o de centrarse en freír un huevo si no tenía el teléfono a su lado. Ni ella ni Enrique son una excepción.
La nomofobia, en distintos grados, afecta hoy al 53% de los usuarios de móviles (unos 20 millones, del total de 39,3 que son consumidores en España), según un estudio.
El diario The Daily Telegraph dio a conocer los resultados de un sondeo en el Reino Unido, donde un millar de jóvenes de entre 17 y 23 años fueron encuestados. La mayoría de los chicos no pudieron dejar de utilizar sus dispositivos de última generación ni siquiera un día.
Algunos usuarios son capaces de pasarse seis meses eligiendo un aparato.
El nomofóbico mira cada dos minutos la pantalla de su móvil, aunque no espere llamadas. Puede olvidar todo, las llaves de la casa, del coche o los zapatos, cualquier cosa menos el teléfono. Y si no lo tiene se siente inseguro y hasta violento.
Fuente: Tellagorri Bureau