La elección del Santo Padre la decide el cónclave, institución creada en 1274 para la elección democrática de los papas por parte de los cardenales de la Iglesia, según dice José Macca, periodista y autor del libro Wojtyla, de la A a la Z (Planeta, 1998).
A los 11 días de la muerte de un pontífice, los cardenales se aíslan en la Capilla Sixtina para elegir, de entre ellos, un sucesor. El sufragio es secreto y las papeletas de las votaciones son quemadas en una chimenea de la sala para, en forma de fumata -una humareda blanca o negra-, anunciar al exterior el resultado. Si la humareda es negra, significa que no hubo quorum (mayoría) y los debates deben reiniciarse hasta que haya fumata blanca.
En 1996, Juan Pablo II reformó las reglas del cónclave. Estableció un sistema electoral por mayoría de dos tercios, aboliendo los métodos tradicionales de designación por aclamación, cuando todos respaldan a un mismo candidato, o por compromiso, si tras varias votaciones infructuosas algunos suman su voto al de la mayoría sólo para cubrir la cuota de respaldo. También prohibió a los cardenales reunidos ver la televisión, oír radio y usar teléfonos móviles.
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