Las “momias vivientes” que se exhiben en algunos monasterios budistas del norte de Japón, son cuerpos que supuestamente pertenecen a monjes ascetas que se momificaron a si mismos voluntariamente en busca del nirvana.
Según relatan, para convertirse en una momia viviente, los monjes tenían que seguir un largo y doloroso proceso que constaba de tres etapas.
En la primera etapa, que duraba 1000 días, los monjes debían seguir una dieta especial de nueces y semillas, y seguir un entrenamiento físico riguroso para liberar al cuerpo de su grasa.
En la etapa 2, que duraba otros 1000 días, solo podían comer raíces y cortezas en cantidades cada vez más pequeñas. Al alcanzar el final del proceso, comenzaban a beber té de la savia del árbol urushi (una sustancia ponzoñosa usada normalmente en Japón para lacar los tradicionales tazones de cerámica) la cual les provocaba una mayor pérdida de fluidos corporales. El té se preparaba con el agua del sagrado manantial del Monte Yudono, del que ahora se sabe que es rico en arsénico. Este brebaje creaba un ambiente libre de gérmenes dentro del cuerpo y ayudaba a preservar la poca carne que quedaba unida a los huesos.
Finalmente, en la etapa 3, los monjes se retiraban a una estrecha cámara subterránea conectada a la superficie por un diminuto conducto de bambú que actuaba como respiradero. Allí, los monjes meditaban hasta la muerte, en cuyo momento se sellaba su tumba y se esperaban otros 1000 días. Transcurrido ese plazo se les desenterraba y limpiaba. Si el cuerpo permanecía bien conservado, se consideraba al monje una momia viviente.
Desafortunadamente, la mayoría de los que intentaban la auto-momificación no tenían éxito, pero aquellos pocos que lo lograron alcanzaron estatus de Buda y se les consagraron templos. Al menos dos docenas de estas momias vivientes se encuentran al cuidado de otros tantos templos en el norte de la isla de Honshu (la mayor del archipiélago).
Según relatan, para convertirse en una momia viviente, los monjes tenían que seguir un largo y doloroso proceso que constaba de tres etapas.
En la primera etapa, que duraba 1000 días, los monjes debían seguir una dieta especial de nueces y semillas, y seguir un entrenamiento físico riguroso para liberar al cuerpo de su grasa.
En la etapa 2, que duraba otros 1000 días, solo podían comer raíces y cortezas en cantidades cada vez más pequeñas. Al alcanzar el final del proceso, comenzaban a beber té de la savia del árbol urushi (una sustancia ponzoñosa usada normalmente en Japón para lacar los tradicionales tazones de cerámica) la cual les provocaba una mayor pérdida de fluidos corporales. El té se preparaba con el agua del sagrado manantial del Monte Yudono, del que ahora se sabe que es rico en arsénico. Este brebaje creaba un ambiente libre de gérmenes dentro del cuerpo y ayudaba a preservar la poca carne que quedaba unida a los huesos.
Finalmente, en la etapa 3, los monjes se retiraban a una estrecha cámara subterránea conectada a la superficie por un diminuto conducto de bambú que actuaba como respiradero. Allí, los monjes meditaban hasta la muerte, en cuyo momento se sellaba su tumba y se esperaban otros 1000 días. Transcurrido ese plazo se les desenterraba y limpiaba. Si el cuerpo permanecía bien conservado, se consideraba al monje una momia viviente.
Desafortunadamente, la mayoría de los que intentaban la auto-momificación no tenían éxito, pero aquellos pocos que lo lograron alcanzaron estatus de Buda y se les consagraron templos. Al menos dos docenas de estas momias vivientes se encuentran al cuidado de otros tantos templos en el norte de la isla de Honshu (la mayor del archipiélago).