¿Y cómo empezó todo? El fundador fue un hombre, un príncipe llamado Siddharta, hace unos 25 siglos. No parece que entre sus objetivos estuviera el crear una religión sino que más bien lo que pretendía era mostrar una manera de entender la vida. Este príncipe, a la edad de 29 años, descubrió que la vida de la gente de su reino no era tan placentera como la suya. Él vivía entre lujos en un mundo irreal y fantasioso. Un buen día, sin embargo, decidió salir del palacio y lo que vio le sorprendió muchísimo. Paseando por las calles de la ciudad vio enfermos, también viejos e incluso algún entierro. Esto le hizo pensar mucho. ¿Qué era la vida?, se preguntó: ¿aquel mundo puntual del palacio? o ¿aquel mundo triste y doloroso que él veía por la calle? Tanto le obsesionaban estas preguntas que un buen día lo dejó todo y se fue al bosque a encontrar respuestas. A los 35 años, seis años más tarde, se convirtió en Buda, que quiere decir “el que está despierto”, “el que es consciente”, abandonó el bosque y empezó a enseñar.
“Nunca depositéis vuestra fe en tradiciones”, dijo en sus primeros sermones. “Nunca creáis en algo porque parezca probable o porque lo necesitéis. Tampoco creáis en nada porque lo digan maestros o sacerdotes. Sólo debéis aceptar aquello que creáis que sea razonable.”
Así que en esta religión tampoco se pueden encontrar dogmas, decálogos o mandamientos. Entonces, alguno pensará, ¿se puede hacer lo que se quiera? Casi. La única obligación que tiene un budista es que no puede hacer el mal y que hay que hacer todo el bien posible. Muy cercano al “ama y haz lo que quieras” de San Agustín.
Siddartha, en sus años de meditación, había descubierto que todos los seres, desde las hormigas hasta los hombres, intentan estar bien y ser felices. Lo único que cambia son las maneras de conseguirlo: algunos encontrarán la felicidad en las vacaciones, otros en el trabajo, otros en los estudios, otros en la familia, otros en la comida, otros en los coches, otros en un gran sueldo, otros en el prestigio, otros en el orgullo de ser padres, en el poder, en el sexo… El budismo dice que cualquier forma de placer, ¡cualquiera!, es una forma de sufrimiento. Y es cierto: la gente no sólo sufre porque no puede comprarse un coche, sino que también sufre porque su hijo no estudia o no come, o porque las vacaciones han sido cortas, o porque tiene un examen a la vista, o porque tiene un abuelo enfermo,… Esta es la primera noble verdad: el dolor está por todas partes.
¡Qué mal rollo! ¡El dolor está por todas partes! ¿Qué quiere decir esto: que la vida es triste? Pues que aguafiestas estos budistas.
Y, sin embargo, los monjes budistas no paran de reír. Es más, si alguna vez hemos visto alguno, o incluso al Dalai Lama por la tele, seguramente será riendo. ¿Cómo se puede estar feliz y contento diciendo que el dolor está por todas partes? ¿Cómo lo hacen?
“El dolor”, explica Dorje Andreu, un monje del monasterio Sakya Tashi Ling en Barcelona, “es una prueba que debes afrontar para crecer. El dolor hay que vivirlo como una prueba a superar, hay que vivirlo con alegría. Y si no lo vives con alegría es probable que en tu siguiente vida vuelvas a encontrarte con él.”
¿En tu siguiente vida?, Sí. Los budistas creen en la reencarnación y en que cada vida debe servir para que crezcas como persona y te vayas perfeccionando. Con la muerte no acaba nada, sólo termina tu cuerpo, pero tú vuelves a la tierra, con tus apegos y con tus aversiones, como vuelve el otoño, como volverá el verano, como volverán las cosechas. Y así una y otra vez hasta que no lo superes. Por lo tanto, más vale que te lo tomes todo con una actitud positiva. Por eso a ellos siempre los verás con una sonrisa en los labios.
Escrito por: Manel Estapé Esparza
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